La pregunta ¿Quién
soy? es la brújula de todo buscador que anhela conocerse para sentirse más
pleno, feliz y realizado en el contacto consigo mismo, con los demás, con su
entorno natural y cultural. En definitiva, con la Vida.
Desde el momento de
nuestra concepción hemos ido construyendo, y seguimos construyendo, aquello que
somos. Esto se refleja en una personalidad con numerosas capas y formas de
manifestarse en nuestras relaciones.
Esta construcción ha
ido configurando una forma física, una manera de sentir, de pensar, de estar en
el mundo y para el mundo. Pero, a menudo, esta construcción se ha hecho
separando las sensaciones, emociones y pensamientos que me agradaban, que
interpretaba que podía sentir y pensar y con esto lograr aprobación,
pertenencia y amor.
Esto ha implicado
que a lo largo de nuestra historia muchas de las cuestiones que hemos
rechazado, quedaran aisladas, recluidas y reprimidas en nuestro mundo
inconsciente. Este plano que denominaremos sombra, si bien no está al alcance
del pensamiento consciente, está en un estado latente, actuando solapadamente a
través de lo que expresamos y de lo que no.
“Soy” según los
elementos con los que me he identificado. Y “no soy” lo que he pretendido
desterrar de mí. Aunque no con mucho éxito.
En este camino, como
aquello que he desterrado es lo que considero “indeseable”, “impresentable”
amenaza con retornar, decido defenderme, asegurar una “identidad estable” y
construir una imagen idealizada de mí mismo.
De esta forma, “Soy
amoroso” “Soy valiente” “Soy seguro” y me defiendo para no mostrar el miedo, el
enfado, la tristeza (sin tener en cuenta que, en realidad, son estrategias
adaptativas y necesarias.) Me cierro a nuevas creencias y pensamientos que puedan
cuestionar todo aquello que me dice “quién soy”. Y no me doy cuenta de que, en
realidad, esa identidad a la que me apego es una distorsión.
Por un lado, rechazo
la conciencia de mi simple humanidad imperfecta, con su dolor habitual e
intensa vulnerabilidad. Me encierro en una máscara con la esperanza de dejar
los “defectos” y el dolor fuera de mi consciencia. Y por otro lado, niego mi
núcleo espiritual más profundo, ahí donde soy expresión completa y magnífica de
la Totalidad.
En ese camino, el
cuerpo juega un papel fundamental como primera línea de defensa. A través de su
organización, alineamientos, tensiones y bloqueos, ayudan a todo el psicocuerpo
a construir, sostener y perpetuar esas identificaciones que conforman la personalidad.
Un trabajo
interdisciplinar, como el que propone el Método Shingyo, que tiene como una de
sus piedras angulares el trabajo con el cuerpo, permitirá que la persona que
comienza, a través de la maduración de los aspectos de la personalidad y la
potenciación de los dones que se esconden detrás de las sombras, esté cada vez
más cerca de la fuerza, la felicidad y la responsabilidad sobre su vida.
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